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Es muy difícil contar esta historia sin fórmulas matemáticas o estadísticas, pero no tengo más remedio que hacerlo, y no para evitar que ustedes abandonen la lectura aburridos, sino porque todavía no las sé.

Conocí al protagonista de este amor en mi despacho, cuando vino esposado y pretendiendo que lo creyéramos loco.

Habló de espíritus, de fobias, de delirios, de miedos, de incomprensiones, de sueños, de predestinaciones, de una bandeja de imaginaciones, adicciones y desconexiones.

Nada le creímos a él ni a su valet. Pero sí todo lo que negó.

La historia es simple y si se quiere, llena de amor.
Tenía 22 años y se enamoró de otra, ¿qué podía hacer sino irse con ella? Pero un día mamá les pidió la pieza que les prestara para un hermano sin trabajo -las madres protegen según la debilidad-, así que desafiando los convencionalismos nuestro hombre llevó a su chica a la casa familiar -la de él-.
Lamentablemente su mujer no quiso dejarles del todo la casa porque verán, ella pagaba las cuotas y mantenía ahí al bebé. Convivieron un tiempo entre gritos y reproches -que es lo único falto de originalidad en esta historia-, hasta que muy tarde una noche, no encontrando otra salida, arremetió contra su mujer a cuchilladas, mientras en sus brazos -los de ella- se interponía el bebé.

Lo del bebé no lo supimos bien, pero tenía más heridas de cuchillo que la mujer.

Mamá y hermana acudieron a hora incierta para llevar al bebé a la salita y después al hospital donde enseguida murió, como no podía ser de otra manera si ya estaban claras de luz la madrugada y de la nada su sangre.
Es importante que les cuente que al mismo tiempo que encontraban el cadáver ya rígido de la mujer y lo aprehendían a él, declaraban primero una y después la otra que el pobre veía espírtus, tenía fobias, delirios, miedos, incomprensiones, sueños, predestinaciones, toda una bandeja de imaginaciones, adicciones y desconexiones, en estricta superposición de orden. Y que unas horas después lo repetían hermano, cuñado, cuñada y tío, todos los parientes de por ahí. De chica nueva no recuerdo bien ahora qué historia se obtuvo, pero capaz también.

Es que Mamá ama a su hijo y ajustó una salvaguarda de locura mientras lloraba su agonía el hijo de él -tal vez pudo pensar que no era en realidad su nieto -, y nomás lo digo porque es típico de suegras, ya que el amor loco de las leonas sabe contar hasta uno, de a uno en uno en una y en su sola generación.

Pero existe la certidumbre absoluta de que el bebé lloró. Si, lloró y lloró.

Lo que sigue ya lo adelanté, Mamá pagó intervenciones y dictámenes, pero fue dinero completamente desperdiciado, porque a él le negamos el dudoso confort de un loquero y los privamos a todos del alivio de una culpa excusable. Cada tanto regresa, pero alguna vez se cansarán de pedirmos revisiones cuando entiendan que no hay caso para él. La madre, en cambio, sigue suelta.

Me hubiera gustado ofrecerles fórmulas -precisas al extremo de estimar las probabilidades de error- en las trayectorias personales y en los desplazamientos del cuchillo en intersección. Todos los de la historia amaban, al modo griego de la tragedia donde la causa es excesivo amor, pero no todos fueron igualmente amados.

Yo quisiera calcular con exactitud cuánto no.

cogito –

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