Protocolo de interpretación

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a Berenice B., sin cuyo estímulo
este sueño no hubiera sido necesario

Anoche tuve el privilegio de asistir a mi funeral.

Ya que no podía dejar de permanecer en el lugar, me dedicaba a inspeccionar los visitantes. Ninguno parecía triste, aunque tampoco estaban alegres, así que no sabría decir la causa por la cual no creía yo que fueran indiferentes. Me asombraba un poco, eso sí, no reconocer a algunos, y que otros trajeran máscaras; vamos, ¡máscaras! ¿todavía?

Paseaba saludando, sirviendo flores y esforzándome darle gracia a mis movimientos. Sólo quería que mi danza entre sombras fuera memorable: qué hermosos los dedos; qué maravillosas las sonrisas; qué brillante me caía el pelo.

Después, cuando el aire se volvió fresco por el final de la noche y ya pensábamos que era hora de marcharnos, todos experimentamos algo de inquietud. Los visitantes intuyeron que si me enterraban a mí ya nadie los enterraría a ellos, y mi cadáver se angustió.
Entonces, para tranquilizarla (siendo mi cadáver ¿se me permite el género femenino?), con palabras no sé si falsas, pero por evitar que tuviera que levantarse, le dije:

«No te preocupes que me gusta más así, vos no sos de las pocas, vos sos como la mayoría, como casi todas las personas, como casi ningún libro.»

Y mientras se lo decía ambas sentimos que debíamos celebrar; estaríamos muertas, sí, pero con el índice al final.